Por: Edelmiro Franco V.

Las extintas Farc, empezaron a entregar ante la Justicia Especial para la Paz (JEP), su versión sobre el secuestro, uno de los capítulos de barbarie de la guerra. Para aportar a la Memoria Histórica presento una serie de Entrevistas|Testimonios de víctimas|1998-2018
“El abuelo”, como lo llamaban sus captores quienes lo plagiaron el 22 de enero de 2000 en su finca “El Zancudo” en el poblado de Choachí- a unas pocas horas de Bogotá- y rescatado en una operación “tipo comando” el 13 de agosto del mismo año por un grupo elite del Ejército, recuerda sus ocho meses de cautiverio saltando montes, subiendo y bajando páramos, cruzando caudalosos y peligrosos ríos, durmiendo de campamento en campamento, pensando en la vida y esperando la muerte.

Guillermo “La Chiva” Cortés en su cómoda oficina en el norte de Bogotá, con su barba blanca que enaltece sus 76 años, no es el secuestrado típico que después de salir de cautiverio, blinda su vida en una especie de cuarto herméticamente sellado, para tratar de sobrevivir a las secuelas sicológicas que deja los días, los meses y los años de encierro.
“La Chiva” Cortés, el periodista, el empresario de mil batallas en el ejercicio de su profesión, hizo del secuestro una experiencia más, no para guardarla en su memoria, tampoco para contarla como una simple anécdota, sino para narrarla con sus sabores y sinsabores, con sentido crítico pero, ante todo, buscando sensibilizar a sus interlocutores, a sus contertulios, a una sociedad que es carcomida por ese flagelo de lesa humanidad con tres mil casos de secuestro al año, pero que aún no despierta y se mantiene sonámbula en medio de la tragedia.
Fueron 205 días en los que este anciano de lentes cafés y ojos claros nunca renunció a salir con vida de las montañas…. “De aquí voy a salir… de aquí voy a salir”, se decía a sí mismo, aunque la muerte estuviera en acecho, como el día en que una mula cargada de víveres de los guerrilleros que lo tenían secuestrado fue arrastrada por los feroces torbellinos de las aguas de un río y él -que iba atrás en otro animal- solo alcanzó a frenar la bestia, a abrir los ojos y decir estupefacto: ¡Dios mío!
O el momento cuando los jefes de la compañía guerrillera lo subieron a un cerrito, le pusieron las esposas, lo colgaron de un árbol, decapitaron un pollo para luego rociar salvajemente su cuerpo con la sangre del animal y cuando vio que entre carcajadas le tomaban fotos, comprendió que la escena de horror era para iniciar la fase del chantaje a la familia y como una fiera en la selva les grito: ¡Hijueputas!
La muerte también estuvo cerca, el día que el comando élite antisecuestro llegó al campamento y en un ataque sorpresivo logra rescatar a cinco de los seis secuestrados que tenían en el lugar las FARC. Gracias a la divina providencia -como diría “La Chiva” Cortés- el guerrillero que tenía la orden de disparar contra el abuelo en caso de rescate, se arrepintió o no tuvo tiempo de accionar el gatillo y meses después le envió la bala que estaba destinada para matarlo.
Esa pequeña pieza bélica que hoy permanece sobre su escritorio, la frota entre sus manos, la contempla con gestos silenciosos que reflejan adoración y odio… quizá la adora y la guarda porque por ella vive… Y la odia porque a, pesar de todo, una bala es símbolo de muerte.
Gracias a esa bala, que se quedó en la boca del fusil y al comando élite que lo rescató, es que “La Chiva” Cortés, puede decir: “Libertad es el bien más preciado del hombre y no la sabemos valorar. Es más que la riqueza, más que la salud, más que todo. La libertad es la dignidad humana.
“La Chiva” Cortés, cuenta su historia, reflexiona, cuestiona, critica y propone con una fluidez narrativa en la que adelanta las respuestas a las preguntas. Es un abuelo al que le apasiona contar historias y aquí esta su historia.
¿Después de esta experiencia en cautiverio, ¿cómo define el secuestro?
GC: -El secuestro es físico, es una mercancía y tiene unas implicaciones sicológicas tan graves porque el sufrimiento es muy grande para uno y para su familia. Es el mayor problema que tiene Colombia, es el más desconocido y el más estigmatizado.
El escritor Dimore Pasa dijo: “La dignidad del hombre, desciende desde el nivel de las bestias cuando se da cuenta, que está rodeado de hombres libres, y él no lo es “. Es una buena definición.
El secuestrado pierda su dignidad, pierde su libertad. Pero yo considero que la gente que pierde su libertad porque ha sido juzgada y llevada a un juicio, pues sabe porque la pierde. Pero un secuestrado como yo -que se lo llevan un domingo- no sabía si era político, económico o qué diablos era.
En ese momento yo tenía 74 años y decía: Cómo se van a llevar un hombre de 74 años secuestrado, es inhumano. Pero para ellos no hay nada inhumano. El secuestro yo lo considero sinceramente, el más atroz de todos los delitos que se comenten.
Cuando yo estaba en el monte secuestrado, alguno de mis compañeros -sobre todo uno que dormía junto a mí- lloraba por las madrugadas y me decía: Usted por qué no llora y le dije: Yo no lloro.
Pero cuando salí liberado y me empezaron a contar, por un lado, los sufrimientos de mi familia, de mi esposa, de mis hijos y, por el otro, el grado de apoyo y de respaldo de la sociedad, de mis compañeros de periodismo y empresarios, en ese momento, si se me salieron las lágrimas.
Es lo más humillante que uno puede ver. Uno se vuelve una dualidad de mercancía y animal. Animal porque lo tienen que alimentar, vestirlo, cuidarlo, y mercancía porque uno sabe allá en el monte, que alguien lo está negociando como una mercancía.
Entonces la conjunción de esos dos sentimientos: De sentirse un animal y una mercancía, es tremendamente traumático. La mercancía la están negociando… Lo están negociando a uno con sus seres queridos, su esposa, su padre, sus hijos, su hermano. Eso implica una mayor maldad.
¿Cuánto valía yo para mis hijos?, ¿Cuánto vale un hijo para mí?, ¿Cuánto vale la esposa para mí?, ¿Cuánto vale el esposo para la esposa?, ¿Cómo se puede calcular?, ¿Hasta qué punto puede arruinarse (?) por salvar a un ser querido?
La angustia se vuelve verdaderamente existencial y uno allá dentro, en una forma injusta dice como Cristo en la cruz: Por qué me han abandonado, por qué estoy aquí, por qué nadie me saca.
Ese solo hecho -la tensión nerviosa, intelectual entre la familia y el secuestrado- es terrible y ellos se aprovechan de esa situación.
Tengo muchas anécdotas, muchos sufrimientos.
¿Puede contar alguna de esas anécdotas?
GC: -Quiero contar solo una que indica hasta que bajeza ha llegado esa gente.
Estaba en un campamento y me dicen: Mire, súbase por ese caminito acompañado de ese señor que va ahí -uno de los guerrilleros- yo ya voy para allá, me dijo el jefe.
Empecé a subir por el camino con mucha ilusión de que me iban a sacar porque ese camino era vedado para los secuestrados. Era un camino de entrada y salida de los secuestradores.
Llegué arriba a un planito y el guerrillero que me acompañaba iba con un costal, un bulto al hombro. Nos sentamos y yo traté de hablar con él -a veces se dejaban hablar- al ratico llega el comandante de la unidad donde yo estaba -acompañado de otro comandante, de otra unidad semejante- tenían una caja, sacaron de la caja una maquina fotográfica Polaroid y se la entregaron al tipo que subió conmigo y el hombre empezó a tomarles fotos arrodillados con las armas, abrazándose con las armas, a la bandolera, toda clase de fotos (silencio). Y yo no sabía por qué me habían llevado.
De un momento a otro, me dice el jefe de la compañía: Venga para acá abuelo. Usted sabe que su familia no quiere pagar. Son unos Hijueputas, lo van a dejar aquí a usted. Nosotros queremos que su familia sepa lo que le está pasando, lo que le va a pasar.
Présteme las manos -me dijo el guerrillero- y me pusieron las esposas, me metieron un palo por debajo y lo colgaron de dos horquetas. Yo quede colgado de las manos, con los pies ligeramente tocando el suelo.
El hombre que había subido con el bulto lo abrió: Era un pollo y con el machete le cortó el cuello. Empezó a salir la sangre y el tipo la recogió en una olla. Cuando ya dejo de salir la sangre cogió un trapo, lo metió entre la olla, lo incrimino de sangre y empezó a echarme sangre en la cara, en los brazos, en el pecho.
Yo entendí para qué era eso: Para chantajear a mi familia.
Empecé a dar alaridos de desesperación y los Hijueputas estos se reían y me decían: ahora si vamos a ver si van a pagar por usted.
¿Y las fotos… ¿Qué hicieron con ellas?
GC: -Las fotos llegaron a conocimiento de mi hijo. Afortunadamente, él tuvo el gesto inteligente de no mostrarlas ni a sus hermanos ni a su mujer. Pero, afortunadamente, había tenido algunos trucos para tratar de indicar que esas fotos no eran ciertas, no eran verdaderas.
El Gaula (cuerpo élite antisecuestro), se dio cuenta de lo que yo había hecho y gracias a ello, no fue materia de chantaje, pero sí de sufrimiento mío durante mucho tiempo pensando como las iban utilizar. Qué capacidad de dolor le podía producir esas fotos a mis hijos, a mi mujer (silencio). Eso es lo que yo llamo el daño sicológico.
A mí no me pegaron, pero si me colgaron ahí. No me dolió físicamente, pero me dolió en la mente. Afortunadamente, se dieron cuenta que era un montaje.
Otro amigo mío que lo habían secuestrado y que lo soltaron hace dos meses, estuvimos hablando y comentábamos estas canalladas que hacen esos tipos.
Mi amigo me decía: A mí me hicieron una vaina muy jodida: Un día se habían tomado unos tragos -raro porque ellos no toman, al menos en mi grupo- y llegó el comandante (ellos no se desprenden de sus armas, duermen con ellas, desayunan con ellas) y lo hizo arrodillar. Este muchacho comprendió, inmediatamente, que lo iban a matar y el comandante le pone el fusil en la nuca y le dice: Ahora si se va usted y dispara. El siente el tic del gatillo y no pasa nada…
Entonces, el comandante grita: Carajo ¿quién fue el hijuemadre que me quito el cargador de mi fusil? -todo era mentira, todo estaba armado- El otro se río y le pasó el cargador del rifle y le dice: Ahora si arrodíllese: Disparó, pero hacia arriba para que saliera el tiro.
¿Usted se imagina una experiencia de esas?
La de él, la mía. Eso se fija en el disco duro del cerebro y no la puede uno olvidar.
¿Y la muerte?
GC: -Una cosa importante es, que todo ser humano sabe que se va a morir en cualquier momento, pero, a veces, no estamos muy metidos con esa idea.
Cuando uno está secuestrado tiene que convivir con la muerte. La muerte está permanentemente. Uno siente que convive con la muerte. Uno no sabe si lo van a matar porque la familia no pagó. Uno no sabe si se va a poner enfermo y entonces lo matan a uno porque no pueden cuidarlo. Uno puede morir al atravesar un río, uno se puede matar al atravesar uno de esos precipicios con unos senderos muy complicados.
Tres veces me llevaron a caballo y una vez iba una mula adelante con los víveres y yo iba detrás de la mula, pasamos un río cuando la mula medio se tropieza y se la lleva el río con todo. Yo iba detrás de la mula, obviamente la tensión y la angustia de que lo mismo me pudiera pasar a mí, es duro y angustiante.
Uno tiene que convivir y convive con la muerte. Esa es una sensación que uno no se la puede meter ni a usted, ni a sus lectores, ni a nadie, sino que la tiene que sufrir uno mismo. Uno puede contar, transmitir un sentimiento, pero estos sentimientos son terribles.
Generalmente, todos los periodistas se quedan en las preguntas de cajón: ¿A usted lo trataban muy mal? A mí no me trataban mal. ¿Le pegaban? No, pegarme, no me pegaban. ¿Comía? Sí, comía. Estos son conceptos primarios.
No me pegaban, pero un hombre con 74 años (en el momento del secuestro) como yo, que me hacían caminar cinco y siete horas por los senderos más increíbles, eso era una tortura física. No solamente mental, física. Ahí uno tiene que sobreponerse.
Hay un sentimiento primario de conservación de la vida y, en el caso mío, entraba un sentimiento de orgullo, yo no me voy a dejar joder de esta gente, yo llego, a mí no me dejan por aquí muerto. Todo esto va creando una grabación de disco duro infinitamente dolorosa.
Cuando la gente es liberada o sale por el pago de rescate hay dos escuelas o corrientes: Una es aquellos que tienden un muro de acero entre su experiencia y la nueva vida. Otros -como yo- que me he dedicado a todo lo contrario, a conversar con la gente que me quiere oír, para explicarles cuales son las verdaderas consideraciones que engendra el secuestro.
La ciudadanía ha sido muy apaleada en Colombia. Tiene el síndrome del avestruz: Meter la cabeza en la arena y decir a mí no me pasa, a mí no me pasa, no me pasa y está pasando.
Ya los secuestros políticos que hace la guerrilla son muy pocos. La mayoría de los secuestros lo hace la delincuencia común y es la primera operación de compraventa de un ser humano, porque luego se lo venden a las organizaciones guerrilleras.
Espere el 23 Sep.: Consuelo González: Un relato desde alma
Recuerdo que estuve con un mecánico automotriz, un señor que vivía de dos billares en el barrio Patio Bonito, -uno de los más pobres de Colombia. También estuve con un estudiante de bachillerato nocturno. Yo estuve con un profesor de matemáticas puras por correspondencia, ¿Imagínese quién puede estudiar matemáticas puras por correspondencia? Yo estuve con un señor que tenía un galpón de pollos en Zipaquirá, que después yo lo fui a ver y el local era el doble de mi oficina.
Ellos son tan canallas, que cuando uno les dice: ¿Por qué tienen a esta gente aquí?, Responden con una teoría dolorosamente cierta. Me decía uno de los comandantes: No abuelo, nosotros no nos equivocamos con nadie. Todo colombiano que nosotros traigamos acá vale como mínimo treinta millones de pesos (quince mil dólares aproximadamente).
¿Pero cómo va a valer eso el mecánico? Y me decía: Sí abuelo, él debe tener una casa y la tiene que vender o tiene una finca y la tiene que vender o tiene un automóvil y lo tiene que vender. Pero todos tienen que pagar. Nosotros no soltamos a nadie sin pagar. A todos les sacamos un mínimo de treinta millones de pesos.
Uno está absolutamente desprotegido, debilitado, humillado, en una forma verdaderamente diabólica, porque todo el aparato que ellos tienen montado es muy inteligente y muy canalla.
La gente que lo cuida a uno no tiene ni idea de que es lo que está sucediendo en Bogotá con la familia. Eso es una instancia más alta. Los que están negociando no lo conocen a uno, ni conocen a los que lo están rodeando a uno. Es una instancia más alta, cuyo único propósito y trabajo es chantajear y martirizar a la familia.
Cuando finalmente se llega a un acuerdo, la oficina o alguna de las personas llaman al comandante del grupo. El comandante se acerca a uno y le dice: ¿Usted cómo se llama? Guillermo Cortés Castro ¿Qué cedula de ciudadanía tiene? 2855207. ¿Me puede dar un teléfono al que se pueda llamar a su familia?… Muy bien y se va.
Ese dato es para confirmarle a los que están negociando, que sí está el señor Guillermo Cortés ahí. Antes no lo conocían en el monte y ahí le dan la orden al comandante para que lo mantengan a uno, si tiene buena suerte, si no lo matan y cobran el secuestro como ha ocurrido con tanta gente.
¿Estamos casi ante una empresa?
GC: – ¡Noooo! no es casi, es una empresa muy compleja.
Desde el 1 de enero de 1998 hasta el 2001, había catorce mil quinientos (14.500) secuestrados colombianos conocidos. Eso implica una logística nada fácil. Hay que alimentarlos, vestirlos, hay que movilizarlos, eso ya es complicado. Se supone que permanentemente en el monte hay entre dos mil quinientos y tres mil secuestrados al año.
Los secuestrados están en todo el territorio nacional, no solamente estaban en el Caguán (antigua zona de distensión controlada por las FARC), en los diferentes frentes.
Conmigo, por ejemplo, estuvieron ocho o diez que entraron y salieron. Creo que yo llegué a ver unos cuarenta secuestrados, durante los 205 cinco días que yo pasé en cautiverio.
Esos tipos que llaman a la familia, que negocian con ella, generalmente llaman cada ocho días a torturar a la gente. Sabe lo que son tres mil llamadas semanales, siguiéndoles la pista a los familiares con diálogos como estos:
“La vez pasada hablé con el señor Cortés y él me dijo que me daba 50 mil dólares y yo le dije que era un hijueputa, que por menos de 300 mil no.”
Finalmente, se negocia en una nueva etapa y es allí donde aparece la cabeza de la empresa para decir: Ya se negoció y ahora ¿Cómo vamos a hacer esto? Entonces llega la tercera parte que dice:
“Hay que sacarlo” y le pasan la orden al comandante y él tiene que ver como lo saca a uno. Si uno está diez horas del pueblo, pues lo saca a pie.
A mí la última vez me sacaron en una mula, pero hay que conseguir la mula. Eso es una cosa muy bien planeada.
Quién va a recibir el dinero del secuestro, cuándo, dónde se va a consignar y qué se va a hacer con el dinero. Se considera que lo que se recibe por secuestro son 750 millones de pesos (cerca de 400 mil dólares). Eso es una suma infinitamente grande.
Hay otra cuarta y quinta etapa: ¿Qué hacen con ese dinero? Compran dólares, ¿A quién? A los traficantes… ya empieza el engranaje guerrilla-narcotraficante.
Esos pesos se los dan a los narcotraficantes para que paguen a los peones y a su turno los narcotraficantes le ponen en el exterior los dólares.
Deben tener una organización de compras en todas partes del mundo porque tienen que estar pendientes de que pueden comprar unos fusiles en Arabia o unas bazucas en Israel o unos aviones en el Líbano.
¿Es un verdadero negocio?
GC: -Claro que es un negocio. Es la empresa más grande que tiene el país. Es un negocio con gerentes, subgerentes. Es un negocio colosal. Estamos hablando de cuatro a cinco billones de pesos (3.300 mil millones de dólares de la época). Manejar eso se necesita una organización sumamente grande y poderosa.
Y nosotros creemos que “El Mono Jojoy” (Jorge Briceño, jefe militar de las FARC), maneja eso. Que carajo, “El Mono Jojoy” es un chafarote. En cualquier lado tiene que haber gente que planea todo esto.
Ni “El Mono Jojoy”, ni Manuel Marulanda (exjefe máximo de las Farc), saben escribir. Hay gente muy importante en alguna parte que está metida en este negocio como miembros de la junta directiva.
Es siniestro lo que estamos viviendo.
Tres mil secuestrados al año, es la carajadita de diez secuestrados diarios, diez familias que quedan locas, diez secuestrados que inician un periplo que puede durar seis, ocho meses, dos años. Conmigo había gente que tenían dos años y medio.
¿Cómo califica a las organizaciones guerrilleras colombianas?, ellos aseguran que están por una lucha social
GC: -Eso es la total mentira. Es el más grande engaño en el que cae mucho la prensa extranjera, la prensa mexicana, europea.
Hace cuarenta años había un fondo político. Hoy en día ya no es una guerra de guerrillas sino de narcotraficantes, tanto los paramilitares como ellos. Ellos se sostienen del narcotráfico. Entonces, uno no puede catalogarlos como diferente a narcotraficantes.
La cúpula no tiene ninguna concepción política. A los guerrilleros rasos los tienen absolutamente aislados. Ellos reciben instrucciones, un día sí, otro no. Ellos tienen la sensación de que están luchando por el pueblo, creen que van a ganar la guerra, que están ganando la guerra -que de paso- es cierto.
El guerrillero raso si cree que está luchando por el pueblo, pero con unos complejos totales. El que no es pueblo es cualquier persona que tiene como desayunarse al día siguiente. Ese ya es el enemigo del pueblo.
¿Tiene una anécdota sobre el odio de los guerrilleros?
GC: -Un día llegue a un campamento y estaban haciendo el campamento con un desgano y pasó el jefe y le dije: Mire le están haciendo esto con desgano.
El hombre tomo un machete, ayudó y salió callado. Los dos jóvenes se quedaron con mala cara. Yo me senté junto a ellos y para tratármelos de ganar, les dije: Miren muchachos, con esta noche que ha llovido tanto, con esto que he caminado, ustedes se imaginan este pobre viejo, bien cansado tirado en esta cama, en un barrizal tan terrible cómo va a quedar esta noche cuando llueva… Se queda mirando uno de ellos y me dice: ¿Usted qué cree viejo hijueputa, donde me parieron a mí y a mis dos hermanos mi mama? Dentro del barro viejo, mientras que su madre lo estaba pariendo en una clínica.
Esto tipifica la concepción populista, tremendamente cerrada. Esta gente no tiene ideales.
Tienen el ideal primario de acabar con la cosa, con el establecimiento, por odio, por resentimiento. Uno no puede desconocer la situación social de Colombia, donde no hay trabajo, no hay comida, no hay salud, no hay educación. Claro que tienen razón de estar en eso.
Y no es que yo tenga el síndrome de Estocolmo, no. La oligarquía, la clase dirigente a la que yo pertenezco, no ha sabido manejar los problemas de tipo social.
Un país donde el 22 por ciento de la gente está sin trabajo, el 42 por ciento en pobreza, la asistencia médica es ínfima, la educación está en manos de unos tipos que son amigos de ellos, que hacen huelga todos los días por cualquier pendejada y la mística por educar ya desapareció también.
¿Cómo no va a estar desesperado el pueblo? Cómo va a poder con alguna ilusión y si tiene esa ilusión, se va a acabar en la medida que la gente sube la escalera del poder. Acaban de encontrar el resort de los tipos esos (jefes de las FARC) con piscina y los de abajo comiendo miércoles (mierda).
Si uno esta secuestrado, los milicianos esos, los guerrilleros están secuestrados también. No pueden ir a sus casas, las mujeres no se pueden casar, no pueden tener hijos. Viven dos o cuatro años metidos en el bosque.
¿Qué tan sensibilizada está la sociedad civil frente al secuestro?
GC: -Muy poco, yo diría que nada.
Con esas cifras que le doy de los secuestros, la ciudadanía debería estar en la calle permanentemente protestando y no lo hace.
Se presentó una oportunidad interesante, que fueron las últimas elecciones parlamentarias, en las cuales se presentaron siete parlamentarios secuestrados, entre ellos una persona que yo le acepté el segundo renglón, porque creí que era mi deber buscar un rechazo al secuestro, a través de los canales de la democracia.
Ni uno solo fue reelegido.
Los políticos al darse cuenta de que su senador o representante estaba en el monte, en lugar de solidarizarse con sus colegas lo único que hicieron fue caerles como chulos a los jefecitos y a los votantes para robárselos para ellos.
Hay un cuento escrito por Edgar Allan Poe, “La muerte de la máscara roja”. Él dice que en alguna región del mundo había una población próspera, dedicada a la agricultura, a ciertas artes manuales, en donde mandaba un príncipe y había un grupo de gente de alta alcurnia, los nobles de la región. Súbitamente se desata una terrible peste y consiste en que la gente se le brota de sangre toda la cara y se mueren en dos horas y la llaman la muerte de la máscara roja.
El príncipe reúne a sus amigos para ver que se hace y no encuentra otra solución distinta que irse a vivir a un palacio muy grande que él tiene. Se va con sus mujeres, con sus cocineros, peinadores, con sus modistas y viven contentos, tapian las puertas, las ventanas, suben el puente elevadizo, secan el pozo y se aíslan totalmente de lo que pasa alrededor.
Después de un tiempo resuelven despejar el palacio y hacen un baile de mascara suntuoso. A las doce de la noche suena una campanada y hace su aparición en el salón -porque una de las paredes se rompe- una figura esquelética vestida de negro que inmediatamente es identificada como la muerte roja porque lleva una máscara roja.
Comienza a señalar a cada uno de los asistentes en la fiesta y empiezan a caer enfermos y mueren….
¿Por qué este cuento?
GC: -Porque el establecimiento sigue en el baile, el establecimiento no se ha dado cuenta que la muerte roja está ahí, que nos está matando y que nos va a matar. Siguen en el baile. Tanto es así que cuando yo me acordé de eso me pregunté: ¿Por qué se dio, porque estoy aquí?, Pues porque estaba en el baile. Yo estaba en el baile. Todo el mundo sigue en el baile.
Y siguen las porquerías, y sigue la corrupción, los negocios, la ostentación y sigue el maltrato de orden social. Sigue todo el mundo en el baile.
En el momento del operativo para su rescate, ¿Qué sintió?
GC: Miedo, miedo. El operativo no fue para rescatarme a mí solo, era para salvar a los seis que estábamos allá.
Cuando comienza el tiroteo que fue como un Apocalipsis New, yo sentí miedo. Me habían amenazado que me iban a matar si llegaba el ejército. Sentí miedo…
Allá se quedó un muchacho secuestrado. Y a los seis meses salió y vino a visitarme y me contó esta anécdota:
¿Te acuerdas de ese tipo que tu llama el Chéchoro?, le dije que sí. Buen tipo, me dijo.
Era el único que te quería. Los otros te odian porque tú los tratabas muy duro. Chéchoro cuando supo que me iba venir me dijo: Busque al abuelo y dígale que a mí me habían encargado de matarlo si llegaba el ejército y esta era la bala que tenía que usar, llévesela.
En este momento del relato, “La Chiva” Cortés, hace un prologando silencio, mira y acaricia la bala de fusil con la incredulidad de estar con vida.
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