La trata de blancas negras

Por Joaquín Rojano de la Hoz*

Cuando era niño leí la novela «Un capitán de 15 años» de Julio Verne. Ahí encontré este juicio que me ha impactado para siempre: «¡La trata de negros! Nadie ignora la significación de estas palabras que nunca deberían haber encontrado acogida en el lenguaje humano».

En los sardinales de las noche en Ponedera del siglo XIX repetían el estribillo que por entonces corría y que escalofriaba la piel de las niñas. «El cuero de gente vale mucho en Cartagena». Luego echaban el cuento de la madre que vendió a dos muchachas del color de los corozos, retozonas y bonitas, a las que recluyeron en un palacio que le decían de la inquisición, en un corralito de piedra entre murallas.

Allí las sometieron a la tortura del potro para estirarlas y tensarles bien el cuero. Luego las sumieron en un sueño profundo con sendas mascaras de éter y las deshollejaron de la garganta hasta el bajo vientre con el uso de ácidos débiles y con finos escalpelos.

Después de adobar y secar sus pieles de ébano, lustrosas, las vendieron a un precio bien alto, a unos comerciantes portugueses y españoles quienes habían abierto la industria floreciente de zapatos y carteras fabricadas con recamados de estas tiras de tafiletes altamente cotizadas por su finura y su destello sensual.

Ellas tan negras de color, después parecieron lagartijas a las que les alumbraba una sin piel transparente de rosada lividez. Luego de la cuarentena desaparecieron y las enrolaron en el ejército de trata de blancas del mundo. Cuando se oyó la fórmula «Colorín colorado. Este cuento se ha acabado», una niña hizo una pregunta que los grandes no pudieron responder: «¿Por qué hablan de trata de blancas si ellas eran como nosotras, del color de los corzos maduros?».

*Escritor y Docente

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